
-Levántate, pues eh de matarte con este alfanje del mismo modo que tú has matado a mi hijo.
El mercader se quedó aterrado, muerto de miedo.
-¡Señor! -exclamó-. ¿Por qué delito quieres darme muerte?
-Quiero matarte- repsondio el genio- del mismo modo que tú has matado a mi hijo.
-Pero, ¿cómo puedo haber matado a tu hijo, si no le conozco ni lo eh visto nunca?.
-¿No te has sentado en este jardín, no has sacdo de tu zurrón dátiles, no los has comido y no has arrojado los huesos a derecha e izquierda?
-Cierto que eh hecho eso.
-Pues con ello has matado a mi hijo, ya que mientras comías y tirabas los huesos de los dátiles, mi hijo pasó por aquí, y, habiendole tocado en el ojo uno de esos huesos, murió a consecuencia del golpe. Por ese motivo eh decidido matarle.
-Si realmente he matado a tu hijo -replicó el mercader- ha sido sin intención, y, por consiguiente debes perdonarme.
-De ningún modo -respondió del genio-. Has de morir. ¿No es justo matar a quien ah matado?
Y congiendo al mercader, le tendió en el suelo y levantó sobre él el alfanje con ánimo de matarle.
El mercader lloró protestando de su inoscencia, y llamó a gritos a su esposa y a sus hijos a ver llegada su última hora.
El genio siempre con el alfanje en alto, esperó a que el desdichado hubiese terminado sus lamentaciones, que no le conmovían.
-Todas esas quejas -exclamó al fin- son superfluas. Aunque tus lagrimas fusen de sangre, no me impedirían matarte como tú has matado a mi hijo.
-¿De modo que nada basta a conmoveros? -preguntó el mercader-. ¿De modo que queréis quitar la vida a un inocente?
-Sí -respondió el genio-; estoy decidido en ello.
Continuara...
No hay comentarios:
Publicar un comentario